Construcción 22: Barnizado del suelo

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El suelo de la cantina fue el primer elemento de la Domus en ser construido, pero aún queda por terminar, ya que falta de la última fase: el barnizado.
En principio no sabía exactamente qué material usar, así que primero me dediqué a hacer algunas pruebas.
Antes de la composición del opus spicatum había realizado unas pequeñas muestras de suelo sobre un listón de madera, aplicando diferentes pegamentos. De izquierda a derecha respectivamente: juntas vacías, cemento y escayola. Como ya vimos, la elección cayó sobre el cemento.


Voy a usar ahora estas mismas muestras para estudiar el método de barnizado. Quiero evitar a toda costa el efecto "brillo" que podría dejar el esmalte, así que necesitaré de unas pruebas previas.
Como en la casa tenía un bote de esmalte transparente para madera ya abierto, probaré primero este material.
El resultado me parece perfecto (en la segunda imágen queda bien visible la diferencia entre la superficie cruda y la barnizada).
El DAS, incluso seco, es un material poroso, así que la primera capa es absorbida por los ladrillos sin que éstos queden brillantes. Simplemente el color cobra un tono más oscuro y más "terracotta".
Otras posibles soluciones que quería probar para el barnizado eran el uso de cera (descartada después de un pequeño test del que no queda rastro), aceite de oliva, y por último esmalte para ladrillos (los de verdad).
Sin embargo, tras el éxito del esmalte para madera, decido suspender la experimentación y pasar directamente a la fase definitiva.



Con un pequeño pincel doy una primera capa de esmalte, cuidando no manchar las paredes, aún incompletas y que barnizaré más adelante.
El efecto en un primer momento me deja satisfecho (foto abajo), pero el esmalte aún está mojado y habrá que verlo cuando esté seco.
Desgraciadamente, a causa del frío y de las horas nocturnas, estoy trabajando en casa y el olor a barniz es casi insoportable.


Al día siguiente el esmalte por fin está seco, pero ha perdido el aspecto uniforme que tenía la noche anterior, cómplice quizás la luz de la lámpara eléctrica. Algunas áreas resultan más oscuras, mientras en otras el barniz parece haberse retirado, dejando algunos claros. Ejerciendo una fuerte presión sobre la superficie (con una uña o una cucharita) el color parece mejorar, pero el resultado no me convence del todo. Así que decido aplicar una segunda capa de esmalte, evitando la formación del brillo con un paño que frotaré sobre el suelo aún húmedo.

 
En estas imágenes, detalles del suelo con la primera capa de esmalte aún húmeda. 
Se empiezan a notar algunas zonas más claras.

A pesar de esta precaución la segunda capa resulta mucho más brillosa que la anterior, y según el ángulo en que se mira, el suelo refleja la luz, creando exactamente el efecto que me proponía evitar. En esta imágen el problema no se nota especialmente a causa del punto de vista, pero el color es definitivamente demasiado saturado.


Tras inútiles intentos de rebajar el color usando un trapo, los dedos y papel igiénico, estoy casi resignado a quedarme con el suelo brilloso. Luego, en un momento de genialidad (o llevado por la desesperación) intento lo impensable y froto sobre la superficie, aún ligeramente pegajosa, un dedo ensuciado con polvo de cemento.
El resultado en un primer momento me deja perplejo... luego grito al milagro. Ahí está el antiguo suelo de barro medieval, envejecido y oscurecido por la mugre de los siglos!




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