Construcción 34: Barnizado de muros y bóvedas

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Para evitar que el suelo se manche inadvertidamente con el barniz, cubro toda la superficie con una hoja de aluminio de cocina, hasta la base de los muros. No es una operación muy complicada, pero quiero que el suelo resulte bien aislado, así que tardo en ello unos diez minutos... para averiguar después de que ha sido una precaución inútil.
El barniz cuela igualmente a través de la fisura que hay entre el suelo y la hoja, espandiendose debajo de ella y manchándolo todo.
Por suerte el problema no resulta tan grave y las manchas pueden disimularse con facilidad esparciendo sobre el suelo un poco de cemento seco.

Aparto la hoja de aluminio y sigo con el barniz.


El procedimiento es el mismo ya usado para barnizar el suelo, con la diferencia de que ahora sé exactamente lo que estoy haciendo. Ya tras la primera capa, voy ensuciando los muros todavía húmedos con el polvo de cemento para obtener el tan buscado efecto "antiguo".


El barnizado se revela más rápido de lo que había previsto, ya que envejeciendo las superficies con la primera capa, una segunda me parece inútil. Sin embargo, una vez secas, las paredes toman un color ligeramente más claro que el del suelo. Para limitar este contraste, el día siguiente procedo con un pulido general, ejerciendo una ligera presión con la parte convexa de una cuchara de acero. Ésto limita la porosidad del Das y le otorga un aspecto más oscuro y brilloso.
Aún no del todo satisfecho, acabo aplicando también una capa de aceite de oliva, que por lo menos no huele tan mal como el barniz y no me obliga a trabajar en la terraza al frío.
El resultado ya me parece bien.

Repito las mismas operaciones sobre las columnas y las bóvedas, que ahora están perfectamente unidas entre ellas, y verifico el resultado tras dejarlas unas horas bajo un peso para evitar deformaciones.





Ya por fin puedo echar un vistazo al interior...







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